Los vehículos eléctricos ya no son una novedad, sino una fuerza que está transformando de forma profunda el consumo de petróleo en todo el mundo. En 2023, el parque global de vehículos eléctricos evitó la quema de unos 700.000 barriles diarios, una cifra significativa pero que apenas es el inicio. Las proyecciones apuntan a que esta reducción se multiplicará por 17 hacia 2035, alcanzando los 12 millones de barriles diarios menos si se cumplen los compromisos regulatorios actuales. Este recorte representaría alrededor del 12 % de la demanda mundial estimada para esa fecha y supone un cambio estructural en el mercado energético.
Esa cantidad equivale a la producción conjunta de países como Estados Unidos y Noruega en 2023. Además, se espera que el pico de demanda de petróleo para transporte por carretera llegue incluso antes de 2030. Para ese año, las ventas de vehículos eléctricos podrían superar los 30 millones de unidades anuales, frente a los 14 millones registrados en 2023, con un parque total superior a los 250 millones de unidades en circulación. Este ritmo acelerado no solo contribuye a reducir emisiones, sino que reconfigura las relaciones comerciales, las estrategias industriales y la política energética a escala global.
Impacto energético y geopolítico
El avance de la movilidad eléctrica tiene un efecto directo sobre la autonomía energética de los países, reduciendo la dependencia de mercados volátiles y de grandes productores de crudo. También alivia la presión sobre las cadenas de suministro del petróleo, disminuye la necesidad de transporte marítimo de crudo y mitiga los efectos de posibles crisis logísticas o tensiones internacionales.
A esto se suman las mejoras en eficiencia de los motores de combustión que todavía se fabrican, lo que también podría generar ahorros adicionales en el consumo de petróleo. Algunos análisis apuntan a que las mejoras tecnológicas en eficiencia energética podrían suponer un ahorro superior a los 15 millones de barriles diarios, lo que refuerza la tendencia descendente de la demanda incluso antes de la completa electrificación del parque móvil.
Infraestructura, baterías y recarga
Para que este cambio sea viable a gran escala, es imprescindible multiplicar la capacidad de producción de baterías en los próximos años. Esto implica asegurar el suministro de materiales críticos como litio, cobalto y níquel, así como desarrollar cadenas de producción que reduzcan la dependencia de terceros países. El crecimiento de la movilidad eléctrica también exige un aumento constante de la infraestructura de recarga. Se estima que las estaciones de carga tendrán que incrementarse a un ritmo del 20 % anual, acompañado de inversiones públicas y privadas, y con normativas que garanticen la interoperabilidad de los sistemas en diferentes países.
A pesar del rápido avance, el petróleo seguirá presente en la economía mundial durante décadas. La demanda global podría continuar creciendo hasta 2030, sobre todo en sectores no vinculados al transporte o en regiones donde la electrificación avanza a menor ritmo debido a los costes y la falta de infraestructura. La aviación, la industria química y el transporte pesado seguirán dependiendo en gran medida de los derivados del crudo, aunque tecnologías emergentes como el hidrógeno, los combustibles sintéticos y los biocombustibles podrían reducir esta dependencia a medio plazo.
El ritmo de adopción de vehículos eléctricos es especialmente elevado en China, Europa y Estados Unidos, mientras que otros mercados muestran una progresión más lenta. La combinación de políticas públicas, innovación tecnológica e inversión en infraestructuras determinará la velocidad y el alcance de esta transición, que ya se perfila como uno de los cambios energéticos más relevantes del siglo XXI.