Cada vez que un nuevo coche eléctrico chino sale al mercado, parece que la lista de extras supera a la anterior: llantas gigantes, hasta 25 altavoces, pantallas por todas partes, asientos que se tumban como una cama, e incluso neveras inteligentes. El diseño se mezcla con la tecnología y uno ya no sabe si está entrando en un coche… o en un salón móvil con ruedas.

Y aunque suena atractivo, lo cierto es que este tipo de vehículos está empezando a generar debate: ¿realmente necesitamos tanto? ¿Importa más el diseño que el rendimiento? ¿Estamos asistiendo a una transformación profunda del coche como lo conocemos?

Coches eléctricos que parecen naves

La nueva generación de eléctricos, sobre todo los de origen chino como el Xiaomi SU7, apuesta por el “wow”. Desde que abres la puerta, todo está pensado para impresionar: luces ambientales que cambian de color, superficies sin botones físicos, y pantallas táctiles más grandes que un portátil.

A esto se suma el sonido: marcas como BYD o HiPhi ofrecen sistemas de 20 o más altavoces, repartidos por todo el habitáculo, con modos de audio envolvente como si estuvieras en una sala de cine. Incluso hay opciones para crear una experiencia de spa: asientos con masaje, climatización personalizada por zona, y ambientadores integrados que liberan fragancias según tu estado de ánimo.

Y claro, el diseño exterior acompaña. Llantas enormes, líneas agresivas, tiradores retráctiles, faros que proyectan mensajes o animaciones… Lo visual ha ganado peso. Mucho peso.

Tecnología vs. sentido práctico

Pero cuando bajas a tierra, empiezas a hacerte preguntas. ¿Una pantalla tras otra realmente mejora la experiencia de conducción? ¿Necesito una nevera entre los asientos si nunca hago viajes largos? ¿Y qué pasa con el maletero, el consumo o el peso del coche?

Porque sí, todo esto tiene un coste. Literal y figuradamente.

Los coches con tantos extras pesan más. Y eso impacta directamente en la eficiencia. Las baterías tienen que trabajar más, la autonomía puede reducirse y la experiencia de conducción a veces se ve comprometida. Un coche de 2,5 toneladas con motor eléctrico puede parecer suave, pero no es precisamente ágil.

Además, está el tema del mantenimiento. Cuanto más complejo es un vehículo, más puntos de fallo tiene. Motores para reclinar asientos, pantallas que deben actualizarse, sistemas de sonido integrados… todo eso requiere revisiones, parches de software y, a veces, más visitas al taller de lo que uno espera.

¿Qué es lo que realmente importa al volante?

Para muchas personas, lo esencial sigue siendo lo de siempre: que el coche consuma poco, que sea cómodo, que tenga buena autonomía y que no dé problemas. Es decir, funcionalidad.

El exceso de gadgets puede ser deslumbrante al principio, pero en el día a día, lo que pesa es si puedes cargarlo fácilmente, si cabe bien en el garaje o si las plazas traseras son espaciosas.

Eso no significa renunciar a la tecnología, ni mucho menos. Los asistentes de conducción, la conectividad, los sistemas de navegación… todo eso suma y mucho. Pero cuando el foco se traslada más al entretenimiento que a la conducción, algo se pierde.

La batalla del diseño

Ahora bien, si hay algo en lo que los nuevos modelos destacan es en la estética. Los fabricantes chinos han entendido que un coche entra primero por los ojos. Líneas futuristas, interiores minimalistas, colores atrevidos y una obsesión por los acabados. Incluso modelos de precio medio parecen sacados de una película de ciencia ficción.

Y ese diseño vende. Porque muchos usuarios valoran tanto el aspecto del coche como su funcionamiento. Es lógico: pasamos muchas horas al volante, y tener un entorno agradable, moderno y atractivo influye en la experiencia.

Pero no deberíamos olvidar que debajo de esa carcasa sigue habiendo un vehículo que debe ser eficiente, seguro y duradero.

¿Estamos ante un cambio de concepto?

Puede que sí. Lo que está ocurriendo no es solo una evolución del coche eléctrico. Es una redefinición del propio concepto de automóvil. El coche como objeto de lujo, de estilo de vida, de representación personal. Un espacio privado sobre ruedas que va más allá del transporte.

En países como China, donde los trayectos pueden ser largos y los atascos comunes, convertir el coche en una segunda sala de estar tiene todo el sentido del mundo. En Europa, sin embargo, el enfoque tiende a ser algo más funcional. Por eso, no es extraño que este tipo de coches provoquen reacciones encontradas en nuestro mercado.

¿Qué deberías tener en cuenta antes de dejarte llevar por el “efecto wow”?

Antes de enamorarte de un coche por sus altavoces, su pantalla curva o su techo panorámico, hazte algunas preguntas clave:

  • ¿Cuál es su autonomía real con ese peso y esos extras?

  • ¿Cuánto cuesta repararlo si algo falla?

  • ¿Qué parte de esos gadgets vas a usar realmente?

  • ¿Puedes instalarlo y actualizarlo tú mismo o dependerás siempre del concesionario?

La emoción tiene que estar, claro. Pero acompañada de sentido común.